domingo, 30 de septiembre de 2018

EL LIBERALISMO ECONÓMICO. TEXTOS DE ADAM SMITH


1. Resume, en un máximo de cinco líneas cada una, las ideas principales expresadas en los textos 1 y 2.

2. Siguiendo el esquema y las orientaciones contenidas en este blog, elabora un comentario del texto 3:
  • Clasificación: naturaleza, carácter, tipo, etc.
  • Contexto histórico.
  • Idea/s principal/es y, en su caso, secundarias.
  • Analiza y explica con detalle el significado del último párrafo (el escrito con letra negrita).


Adam Smith. La riqueza de las naciones. 1776.
TEXTO 1

“Cada individuo en particular pone todo su cuidado en buscar el medio más oportuno de emplear con mayor ventaja el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad en común; pero esos mismos esfuerzos hacia su propia ventaja le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil a la sociedad como tal. (...)
Ninguno por lo general se propone primariamente promover el interés público, y acaso ni aún conoce cómo lo fomenta cuando no lo piensa fomentar. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera sólo medita su propia seguridad; y cuando dirige la primera de modo que su producto sea del mayor valor que pueda, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste y en otros muchos casos es conducido como por una mano invisible a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención.”

TEXTO 2
 “Todo hombre, con tal de que no viole las leyes de la justicia, debe quedar perfectamente libre para abrazar el medio que mejor le parezca para buscar su modo de vivir, y sus intereses; y que puedan salir sus producciones a competir con las de cualquier otro individuo de la naturaleza humana (…).
Según el sistema de la libertad negociante, al soberano sólo quedan tres obligaciones principales a que atender: la primera, proteger a  la sociedad de la violencia e invasión de otras sociedades independientes; la segunda, el poner en lo posible a cubierto de la injusticia y opresión de un miembro de la república a otro que lo sea también de la misma (…); y la tercera, la de mantener y erigir ciertas obras y establecimientos públicos, a que nunca pueden alcanzar ni acomodarse los intereses de los particulares, o de pocos individuos, sino los de toda la sociedad en común: por razón de que, aunque sus utilidades recompensen con abundancia los gastos al cuerpo general de la nación, nunca recompensarían si los hiciese un particular.”

TEXTO 3

“Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho necesariamente, a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad.
En primer lugar, cada individuo procura emplear su capital lo más cerca de casa que sea posible, y por ello en la medida de lo posible apoya a la actividad nacional, siempre que así pueda obtener el beneficio corriente del capital, o al menos uno que no esté muy por debajo del corriente.
Así, si los beneficios son aproximadamente iguales, todo comerciante mayorista prefiere naturalmente el comercio local al comercio exterior, y el comercio exterior al comercio de tránsito. En el comercio local nunca pierde de vista a su capital, algo que ocurre a menudo en el comercio exterior. Conoce mejor la personalidad y condiciones de las personas en las que debe confiar, y si alguien le engaña está más familiarizado con las leyes del país para resarcirse del daño sufrido. En el comercio de tránsito el capital del mercader está por así decirlo dividido entre dos países extranjeros, y ni una fracción del mismo es remitida necesariamente a su residencia ni colocada ante su vista y control. …De ahí que el propio país sea, si se me permite decirlo, el centro en torno al cual giran continuamente los capitales de los habitantes, y hacia el que siempre tienden, aunque sean, por causas particulares, algunas veces desviados y repelidos hacia inversiones más apartadas. Ahora bien, un capital invertido en el comercio interior, como ya ha sido explicado, necesariamente pone en movimiento una actividad mayor, y proporciona ingreso y empleo a un número de habitantes mayor que un mismo capital invertido en el comercio exterior; y uno invertido en el comercio exterior posee una ventaja análoga sobre uno invertido en el comercio de tránsito. En consecuencia, dada una rentabilidad igual o casi igual, todas las personas se inclinan naturalmente a invertir su capital en la forma que probablemente da el máximo apoyo a la actividad nacional y asegura ingreso y empleo al máximo número de personas de su propio país.
En segundo lugar, cada individuo que invierte su capital en la actividad nacional, necesariamente procura dirigir la actividad para que la producción alcance el máximo valor posible. …
El ingreso anual de cualquier sociedad es siempre exactamente igual al valor de cambio del producto anual total de su actividad, o más bien es precisamente lo mismo que ese valor de cambio. En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él ni intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo. 
Cuál será el tipo de actividad local en donde su capital se puede invertir y cuya producción pueda ser de un valor máximo es algo que cada persona, dadas sus circunstancias, puede evidentemente juzgar mucho mejor que cualquier político o legislador. El político que pretenda dirigir a las personas privadas sobre la forma en que deben invertir sus capitales no sólo se carga a sí mismo con la preocupación más innecesaria sino que asume una autoridad que no debería ser delegada con seguridad en ninguna persona, en ningún consejo o senado, y que en ningún sitio es más peligrosa que cuando está en las manos de un hombre tan insensato y presuntuoso como para fantasear que es realmente capaz de ejercerla.
El conceder el monopolio del mercado nacional a la producción nacional, en cualquier arte o industria, equivale en alguna medida a dictar a los ciudadanos particulares la manera en que deberían emplear sus capitales, y en todos los casos resulta una intervención inútil o perjudicial. Si la producción nacional puede llegar al mercado tan barata como la extranjera, es evidente que la intervención es inútil. Si no puede hacerlo, será generalmente perjudicial. La máxima de cualquier prudente padre de familia es nunca intentar hacer en casa lo que le costaría más hacer que comprar. El sastre no fabrica sus zapatos sino que se los compra al zapatero. El zapatero no se hace sus vestidos sino que recurre al sastre. El granjero no intenta hacer ni unos ni otros sino que acude a esos artesanos. Todos ellos comprenden que les resulta más conveniente emplear su esfuerzo de forma de tener alguna ventaja sobre sus vecinos, y comprar lo que necesitan con una parte del producto de su esfuerzo, o lo que es lo mismo: con el precio de una parte.
Lo que es prudente en la conducta de una familia nunca será una locura en la de un gran reino. Si un país extranjero nos puede suministrar una mercancía a un precio menor que el que nos costaría fabricarla, será mejor comprársela con el producto de nuestro trabajo, dirigido en la forma que nos resulte más ventajosa. Ciertamente no es ventajoso cuando se lo dirige hacia un objeto que es más barato comprar que fabricar. El valor del producto anual es evidentemente disminuido en un cierto grado cuando resulta así desviado de la producción de mercancías que claramente tienen más valor hacia la de mercancías que tienen menos. Si suponemos que la mercancía podía ser adquirida en el exterior más barata que si se produjera en el país, podría ser comprada con sólo una parte de las mercancías, o lo que es lo mismo: con sólo una parte del precio de las mercancías que la actividad puesta en marcha por el mismo capital habría producido en el país si se la dejara seguir su curso natural. La actividad nacional, por tanto, es desplazada desde un empleo ventajoso a uno menos ventajoso, y el valor de cambio de su producto anual, en vez de aumentar como pretendía el legislador, necesariamente disminuirá con cualquier intervención de ese tipo.


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